De 1815 a 1821, la guerra de independencia se transformó en una guerra de guerrillas. Estas guerrillas fueron dirigidas por tres ilustres caudillos: Guadalupe Victoria (cuyo verdadero nombre era Manuel Félix Fernández) en Puebla, Vicente Guerrero en Oaxaca y el español liberal Francisco Javier Mina en el centro. Los tres se ganaron la lealtad y el respeto de sus seguidores. El virrey, sin embargo, pensó que la situación estaba bajo control y declaró un indulto general a todo rebelde que dejara las armas.
Francisco Javier Mina, un héroe liberal español de la Guerra de independencia española, conoció al padre Servando Teresa de Mier en Londres y convencido por él se unió a la causa de la independencia mexicana frente al absolutismo de Fernando VII. En 1817 desembarcó en Soto la Marina y reunió un ejército que, minado por las acciones realistas y la indisciplina interna, fue derrotado a los pocos meses, y Mina fue fusilado cerca de Pénjamo.
Después de diez años de guerra civil y de morir dos de sus líderes más importantes, el movimiento insurgente estaba inerte y cerca del fracaso. Los rebeldes se enfrentaban a la dura resistencia española y a la apatía de los criollos más influyentes en la colonia. La violencia excesiva y la pasión y saqueos populares de los ejércitos irregulares de Hidalgo y Morelos convencieron a muchos criollos de que ésta era una guerra de clases y razas, y terminaron uniéndose de mala gana al gobierno español hasta que pudieran encontrar una ruta menos sangrienta a la independencia. Fue en este punto que los planes de un caudillo militar conservador coincidieron con una rebelión liberal en España, y éstos hicieron posibles los súbitos cambios de lealtades al bando independista.
En lo que supuestamente iba a hacer la última campaña realista contra los insurgentes, el virrey Juan Ruíz de Apodaca mandó una fuerza comandada por el realista criollo Agustín de Iturbide a vencer al ejército de Guerrero en Oaxaca. Iturbide, hijo nativo de Valladolid, se hizo famoso por la pasión con la que perseguía a las fuerzas del mal de Hidalgo y Morelos durante los primeros años de la lucha por la independencia. Favorito entre la jerarquías de la Iglesia mexicana, Iturbide era la encarnación del criollo conservador perfecto: pío, religioso, y dedicado a la protección de la propiedad privada y de los privilegios sociales. Sin embargo, Iturbide estaba insatisfecho: carecía de alto rango militar y de riquezas.
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